CONCEPTO DE LA GUERRA EN EL ISLAM-2
EN EL CAMPO DE BATALLA
"Yo soy el Profeta de la misericordia
Tanto como el Profeta de la batalla"
La política del Profeta tenía como fin unificar a los pueblos lo más estrechamente posible, incluso en el campo de batalla. Recomienda a sus tropas, por entonces en guerra, buscar la unidad y la paciencia en lugar de la matanza y la carnicería.
Se cuenta a este propósito que decía a sus soldados:
"Sed benevolentes con los hombres y pacientes con ellos. No ataquéis a vuestros enemigos antes de haberles invitado a abrazar el Islam. Nada es mejor a mis ojos que veros convertir a los hombres, tanto sean ciudadanos, como aldeanos o nómadas. Esto es preferible a conducir prisioneros a sus hijos y mujeres, habiendo matado antes a los hombres".
Con este concepto, la guerra islámica era una guerra de clemencia, caracterizada por el deseo de unir los corazones y de salvaguardar, incluso, al enemigo. Era mejor, a los ojos del Profeta, traerle a los contrarios sanos y salvos, con el corazón iluminado por la fe del Islam, que conducir a su presencia a sus mujeres e hijos como cautivos. La guerra de Muhamd, lejos de ser brutal, era una guerra de Profeta.
Nos han llegado dos recomendaciones, una del Profeta y otra de su Sucesor Abu Bakr Al-Sidiq, que revelan la ley que regia el combate islámico en el campo de batalla.
La primera fue dirigida por el Profeta a uno de sus ejércitos enviados a combatir:
"Marchad hacia delante en el Nombre de Dios, con la ayuda de Dios y las bendiciones de su Profeta. No matéis ni a los viejos decrépitos, ni a los niños, ni a los muchachos, ni a las mujeres. No seáis exagerados y tomad cuidado con vuestro botín. Actuad rectamente y haced el bien, porque Dios ama a los que lo hacen".
Hay otra recomendación de Muhamad con el mismo sentido. Dice:
"Avanzad en el Nombre de Dios y en su causa. Combatid a los enemigos de Dios y no seáis exagerados, ni les traicionéis, ni les asustéis, ni les mutiléis, ni matéis a los niños". Recomendó también a Jalid Ibn Al-Walid no matar a los niños ni a los esclavos.
La recomendación que hizo Abu Bakr Al-Sidiq contiene diez mandamientos. El imam Ahmad, basándose en Yahya Ibn Said, dice que Abu Bakr envio tropas a Siria bajo el mando de Yazid Ibn Abu Sufiyan. Yazid, que estaban montado a caballo, dijo a Abu Bake que estaba a pie: "Monta en tu caballo, o yo desciendo del mío". Abu Bakr respondió, ni lo uno, ni lo otro, porque yo considero estos pasos hechos por la causa de Dios. Tu encontraras gentes que declaran que se han recluido en monasterios, no les persigas y abandónales a sus vocaciones, y encontraras gentes tonsuradas, a estos decapítalos con la espada. Te conmino a seguir seis manadamientos: "no mates ni a mujeres, ni a niños, ni a viejos; no arranques ni quemes árboles frutales, o palmeras. No destruyas lo que está intacto. No mates ni a carnero, ni a vaca, para alimentarte. No seas ni cobarde, ni exagerado".
LO LICITO Y LO ILICITO EN LA GUERRA
Las recomendaciones hechas por el Profeta y su Sucesor, nos informan sobre las leyes vigentes en la guerra y las restricciones que encuentran los combatientes para aplicar el vigor de la espada y atacar a los combatientes.
La base de estas recomendaciones esta en el hecho de que la guerra debe limitares, dentro del campo de batalla, únicamente a los que combatan y a los que, fuera él, organizan el combate. El motivo de la guerra ha de ser el de rechazar la agresión, rompiendo el orgullo de los enemigos, y no ha de tener lugar sino cuando sea necesario repeler la injusticia; jamás, por motivos de venganza. De todo lo cual se desprende que no existe un derecho que autorice a demoler, ni a dañar, ni a destruir, ni a mutilar los muertos. Y ahora podemos citar algunas clausulas de prohibición que el sucesor del Profeta promulgo, imitando en esto conducta de Muhamad y siguiendo sus pasos.
1-Prohibido matar a los religiosos:
La primera cosa vedada por Abu Bakr fue el asesinato de religiosos. Dado que había enviado un ejército a combatir en Siria, en donde estaba encavada Tierra Santa con sus sinagogas de Judios, sus monasterios, y los lugares de oración servidos por hombres de religión, era necesario prohibir a los soldados dirigir sus espadas contra los que consagraban su vida a la adoracion y no tenían relación alguna con el combate.
Abu Bakr dividió a los que llevaban hábito religioso, en dos grupos:
a)aquellos que, retirados en los lugares de adoración no mataban o combatían, ni tenían o tomaban parte en el combate. Estos, según la mayoría de los alfaquíes, debían ser respetados.
Al-Sarjasy dice para justificar la prohibición: es la intervención de estas gentes en la guerra lo que justifica su muerte; pero si se enclaustran, su intervención directa o indirecta queda anulada. Aun así, si toman partido en la guerra, son por ellos, susceptibles de ser muertos.
b)el segundo grupo de los hombres con habito religioso son los que Abu Bakr describe como tonsurados, autorizando a sus soldados para matarles. Se cuenta que dijo a este propósito: "golpead a muerte a los de Satán". ¿Y por que el Jalifa autorizo a matar a estos en particular?. Los biógrafos y los alfaquíes están de acuerdo en afirmar que tomaban parte activa en el combate, e incitaban a sus correligionarios a atacar a los creyentes. Con arreglo a sus ritos, parece que eran de esos bizantinos que ejercían una autoridad arbitraria sobre los habitantes de Siria, en nombre de la religión. Por otra parte, trataban de imponer la fe ortodoxa a los orientales a través de brutales torturas. Y, en definitiva, no cesaban de luchar por la causa bizantina.
Es evidente que, los creyentes, respetaban, incluso en guerra, el derecho acordado a toda persona religiosa a practicar su religión, su fe, aunque no la compartieran. El respeto a la libertad religiosa era tan fuerte, que el Príncipe de los Creyentes, Omar Ibn el-Jattab, quito con sus propias manos la Tierra de sobre una sinagoga que los bizantinos querían hacer desaparecer bajo un montón de escombros, y de la cual solo emergía la parte superior. Esto ocurrió cuando Omar fue a Illia para concluir con sus habitantes un tratado de paz, en el año 16 de la Hégira. Vio un edificio casi enterrado, pregunto de que se trataba y le respondieron que era una sinagoga que los bizantinos habían sepultado. Habiéndolo oído, tomo un poco de tierra en un pliegue de su manto y la arrojo lejos; su ejército siguió el ejemplo y pronto la sinagoga reapareció y estuvo lista para que los judíos pudiesen celebrar sus ritos.
2-Prohibido matar a niños, viejos y mujeres
El Profeta prohibió matar a los niños, ancianos o mujeres, porque son débiles e incapaces de combatir, e incluso de contribuir a los esfuerzos de la guerra. Esta prohibición emana del concepto mismo de la guerra islámica, considerada únicamente como acción para rechazar la agresión e impedir el mal. A continuación de una batalla. Muhamad recorrió el terreno para ver a los caídos y encontró el cadáver de una mujer. El Profeta se encolerizo y dijo: Esta mujer no estaba aquí, participando del combate. "Busca a Jalid y dile que no mate ni a esclavo, ni a viejo". El Profeta se encolerizaba cuando se enteraba que sus soldados habían matado a un muchacho, o a un niño. Supo un día que habían sido muertos varios niños y reprendió a sus soldados con estas palabras: "¿Cómo es posible que algunos hayan llevado tan lejos su matanza, hasta el punto de matar a niño? No matéis a niños nunca, no matéis a niños nunca".
Nadie puede imaginar que los niños puedan llevar a cabo una agresión, ¿Cómo, entonces, se les puede hacer responsables del pecado de agresión de otros?. La guerra islámica no tiene por finalidad exterminar a los enemigos, sino solo repeler la agresión; no es por tanto justo que sobrepase los límites fijados para dicha acción. Con respecto a los viejos, se les dividía en dos grupos: el que tenía el mando de la guerra y el derecho a prodigar sus consejos, y el incapaz para participar en ella colaborar tomando partido. Esta prohibió atacar a estos últimos, a falta de razones que lo justifiquen. En cuanto a los del primer grupo, es licio matarles porque combaten mediante sus consejos, sus preparativos y sus malos designios. Por esto el Profeta ordeno dar muerte a Duraid Ibn al-Simma, en Humain, aunque tuviese más de ciento veinte años, ya que había tomado parte muy activa en la preparación de la batalla incitando al ataque; con lo cual se había hecho coparticipe de la agresión.
3-Prohibido matar a los trabajadores:
En repetidas ocasiones el Profeta prohibió matar a les trabajadores, porque ni combatían ni participaban de cualquier manera en las guerras, y la guerra había de limitarse a los que tomaron parte de un modo efectivo en ella, sin alcanzar a otros sectores. Y es que, si hacerla guerra no significa matar al pueblo sino rechazar las fuerzas del mal y la corrupción, debía alcanzar solo a los que blandieran las espadas y combatieran o a los que prepararan y pusieran a punto los planes militares, ya que los obreros que se consagraban al cultivo de la tierra o a los trabajos manuales, eran los pilares de la civilización. Y la guerra islámica no tenia por fin destruir la civilización, sino barrer la corrupción sobre la tierra. Esos obreros estaban oprimidos bajo el despotismo de reyes tiránicos y eran, por tanto, víctimas de la injusticia; no era lógico, en modo alguno, transformarles en combustible y quemarles en el fuego de un conflicto del cual no eran responsables.
4-Prohibido destruir:
La prohibición de arrancar arboles, de desarraigar palmeras y de quemarles, fue explícitamente citada en el orden dada por Abu Bakr Al-Sidiq. No obstante los alfaquíes están en desacuerdo en cuanto a la legalidad de arrancar los arboles o de quemar las palmeras. Por ejemplo, Al-Awzai prohíbe tanto abatir arboles como destruir fruto y funda su afirmación en el sentido literal del texto de Al-Sodiq, y el texto es un argumento decisivo, porque el Jalifa no podía dictarlo sin basarse en preceptos del Profeta, el que acompañó a Muhamad antes del periodo del mensaje y durante el mismo; en consecuencia su recomendación es digna de consideración. Por otra parte, en la destrucción de arboles no suele haber necesidad militar; aunque si la hay, como en el hecho de fortificar posiciones con la ayuda de bosques, la necesidad militar suplanta la prohibición.
Esta es la opinión de Al-Awzai y de un grupo de alfaquíes no afiliados a ninguna doctrina. Sin embargo, otros afirman que es lícito arrancar los arboles y demoler las casas, fundándose en las siguientes pruebas:
1)Las palabras de Dios relativas a las guerras del Profeta: "toda palmera que habéis cortado, o habéis perdonado dejándola erguida sobre su pie, (lo fue) con el permiso de Dios". Quiere decir "palmera datilera". Esta interpretación la debemos a Al-Zahri. Al Dahaq alega que la "palmera" quiere decir, aquí datilera de buena calidad.
2)Los musulmanes, siguiendo las órdenes del Profeta, destruyeron las moradas de los Bani-Nadir; como dijo el Altísimo: demolieron sus moradas con sus manos, con el concurso de los creyentes. Sacad provecho, "¡Oh vosotros, los dotados de clarividencia".
3)Se cuenta que el Profeta dio orden de incendiar el palacio de Malik Ibn Awf, que era por entonces jefe del ejercito en Al-Taif y que había destruido un fuerte en Zaqif con ayuda de catapultas.
4)El Profeta dio orden de arrancar las viñas de Zaqif. Se cuenta en Al-Maghazi que refunfuñaron contra esta orden y dijeron: ¿Cómo podremos vivir tras la destrucción de nuestras viñas?.
Tales son las pruebas que la mayor parte de los juristas citan para dar legitimidad al hecho de arrancar los arboles y destruir las casas, a fin de irritar al enemigo y vejarle. E irritar a los combatientes es, según estos juristas, en fin legitimo en sí mismo. Se basan en el sentido evidente de este versículo: "no hollara ningún suelo que, hollada (por ellos) no sea fuente de indignación para infieles. "No obtendrán ventajas sobre un enemigo, sin que en premio de estas hazañas, no sea inscrita en su haber una obra pía".
En verdad, a primera vista, estos argumentos no parecen justificar la destrucción en general, o incluso no autorizan el hecho de arrancar los arboles y destruir los frutos con el solo fin de vejar a los enemigos; dado que la datilera de la cual hace mención este versículo: "toda palmera que habéis cortado, o habéis perdonado dejándola erguida sobre su pie, (lo fue) con el permiso de Dios", hace alusión a los frutos y no a la palmera mismo, interpretación que apoyan los diccionarios. Además, el versículo concede la elección de coger los dátiles o dejarlos en el árbol, lo que implica que se trata de un fruto que puede ser tanto cogido como dejado. Por otra parte, la tradición referente a este versículo, dice que los Compañeros del Profeta no abatían las palmeras, sino que cortaban los dátiles. Se cuenta que el Profeta utilizo a Abu Laila Al-Mazni y a Abd-Allah Ibn Salam, el primero para cortar la "agwa", o dátiles de excelente calidad, y el segundo para encargarse de al-lawn", dátiles de inferior calidad. Preguntaron a Abu Laila: ¿Por qué has cortado la "agwa"? y contesto: "porque eso les volverá furioso". Preguntaron a Ibn Salam: "¿porque has cortado "al-lawn"? Y respondió: porque sé que Dios ayudara a su Profeta a triunfar de sus enemigos y a apropiarse de sus bienes, y por ello he preferido guardar lo mejor de la propiedad, que es la "agwa". Está claro que el versículo en cuestión no se refiero a la destrucción, ya que esta implicaría el desarraigo de los árboles y no la recogida de los frutos, con el fin de aprovecharse de ellos y de vejar a los enemigos. Tal es la refutación del primer argumento.
En cuanto al segundo, referente a la destrucción de las moradas de los Bani Nadir, hay que hacer notar que esta destrucción no fue gratuita, sino que ellos las habían utilizado como fortalezas, en donde se habían refugiado, y desde donde atacaban a los musulmanes. Para llegar al enemigo, estos tenían que demoler un cierto número de aquellas moradas. Los Compañeros del Profeta obedecieron su prescripción, y cuando la necesidad les obligo a ello, al saber que inevitablemente debían abandonarlas, entonces, y solo entonces, las destruyeron. Como ya hemos dicho, la destrucción de habitaciones y el desarraigo de arboles, no es licito, sino en el momento en que la necesidad lo hace imperioso; lo que refuta el segundo argumento.
El tercer argumento, relativo a la destrucción del fuerte de Zaqif con la ayuda de catapultas, es también refutable. Los enemigos se habían atrincherado en el y era absolutamente necesario desalojarles, porque se trataba de un pueblo agresivo, fuerte y cruel, al que hacia falta alcanzar, y para alcanzarle era imprescindible demoler el fuerte. Este acto no obedecía al deseo gratuito de destruir, sino que estaba informado por una necesidad militar. ¿Y, si era licito matar en tiempo de guerra para rechazar la agresión y obtener la victoria, no lo será, también, demoler fuertes por la misma causa?
En cuanto al argumento relacionado con las viñas de Zaqif, es nulo, ya que los enemigos extraían vino de estas viñas. Parece cierto que el Profeta dio orden de cortar las cepas, pero el orden no fue puesta en práctica, salvo con un corto numero de ellas y a fin de forzar al contrario a rendirse, en lugar de perseverar en la lucha y contribuir a la efusión de sangre. De esta manera, los enemigos se rindieron al saber que los musulmanes tenían la intención de arrancar sus viñedos.
Y en resumen, el examen de las fuentes del Derecho musulmán, nos dice:
1)La idea primaria es el veto a la destrucción de arboles, plantas y frutos, porque la guerra no tenía por finalidad dañar a los pueblos, sino, únicamente, reprimir la injusticia de jefes despóticos.
2)Pero si se hace patente que, arrancar arboles y demoler construcciones, es una necesidad militar, por el hecho de que el enemigo se esconde entre ellos y ellas, utilizándolas como un medio para hostigar a los ejércitos musulmanes, se hace, entonces, inevitable arrancarlos o destruirlas, como una maniobra más de la batalla, conforme a la actividad del Profeta en relación con la fortaleza de Zaqif.
3)La interpretación de los juristas musulmanes, que autorizan el desarraigo de arboles o la destrucción de moradas, debe limitarse a estos imperativos.
LA LEY DEL TALION APLICADA CON EL SENTIMIENTO DEL TEMOR DIVINO
"Quienquiera haya denotado hostilidad contra vosotros, denotad que él ha señalado hostilidad contra vosotros. Sed piadosos respecto a Dios. Sabed que Dios está con los piadosos".
Dijimos antes que rechazar la agresión justifica la guerra; esto especifica a quienes es licito matar o perdonar y delimita lo que es permitido a los jefes del ejército, y lo que no les es permitido. La guerra obedece al hecho de rechazar la agresión armada y proteger las libertades religiosas; en consecuencia, la conducta de las tropas musulmanes está determinada por la conducta de sus enemigos con respecto a ellas, ya que han de tratarles en un plano de reciprocidad: si ellos hacen esclavos a los prisioneros, los musulmanes deben hacer lo mismo; si utilizan, en el campo de batalla, una determinada arma, los creyentes deben recurrir a los medios empleados por sus enemigos.
La virtud durante la guerra:
Pero si el enemigo se ha sacudido todas las reglas éticas, los musulmanes no deben imitarle, en virtud del hecho de que la presencia del temor a Dios, está estrechamente ligado a la autorización dada para rechazar la agresión. Dios dijo: "quienquiera haya denotado hostilidad contra vosotros, denotad hostilidad contra el de la misma manera que él ha señalado hostilidad contra vosotros. Sed piadosos respecto a Dios. Sabed que Dios está con los piadosos". Como el fundamento del temor de Dios está en la adhesión a la virtud, la ley del Talión no debe sobrepasar los límites de la virtud humana y del respecto a la dignidad del hombre como tal hombre. Si los enemigos mutilan los cuerpos de los musulmanes, estos no tienen derecho a hacer lo mismo. Por esta razón el Profeta ha dicho: "tened cuidado de no recurrir jamás a la mutilación". Durante la batalla de Ohod, los politeístas mutilaron el cuerpo del tío del Profeta, Hamza Abd Al-Mutalib; su muerte y mutilación dolieron profundamente a Muhamad, pero no pensó, ni por un momento, en vengarse de la misma forma, durante las guerras posteriores habidas con el enemigo.
Si los enemigos matan a los viejos y a los débiles, ello no da derecho al ejercito de los creyentes a hacer otro tanto; si los enemigos torturan a los prisioneros musulmanes con el hambre y la sed, el ejercito del Islam no fue nunca autorizado a responder de la misma manera; si los enemigos matan a los cautivos musulmanes, el ejercito de Muhamad no estaba autorizado a matar cautivos enemigos tras de haberles vencido. A propósito de esto, dijo el Profeta: "ninguno de vosotros está autorizado a ponerse en el camino de un cautivo de su hermano y matar a ese cautivo.
El Islam es extremadamente generoso con los prisioneros; en los textos del Corán se considera que, alimentar a un prisionero, es una de las mas virtuosas acciones que hacerse pueden y una de las características del verdadero creyente. Cita Dios entre las cualidades del creyente: "daban el alimento por amor al Señor al pobre, al huérfano, al cautivo". Como si el cautivo fuese un invitado y no un prisionero sujeto a servidumbre.
Los generales musulmanes, que han seguido, en sus guerras, los preceptos del Islam, han tratado a sus prisioneros con generosidad y no les han expuesto nunca a las torturas del hambre. La Historia narra que esta era la forma de actuar de Ysuf Salah Eñ-Din Al-Ayubi cuando guerreaba contra los cruzados. A raíz de un encuentro, había hecho prisioneros a gran número de guerreros del ejército franco, pero, como descubriera que no tenía suficientes provisiones para alimentarles a todos les soltó. Y cuando estos mismos se reagruparon y rehicieron un ejército para atacar de nuevo. Salah El-Din se alegro, porque prefería matarles sobre el campo de batalla, a verles morir de hambre en el cautiverio. Existe una gran diferencia entre la manera de actuar de Salah El-Din y la del jefe del ejército de los francos; cuando un grupo de musulmanes se rindió a él a condición de salvar la vida, acepto su propuesta y luego les hizo asesinar a todos. Gustav Le Bon dijo a propósito de esto: "la primera cosa que hizo Ricardo fue mandar ejecutar a tres mil prisioneros musulmanes delante del campamento musulmán. Los cautivos se habían entregado luego de haber recibido su promesa de que serian perdonados, pero, apenas se hubieron rendido, cuando Ricardo otorgo el derecho de hacerles matar y de apropiarse de sus bienes. No resulta difícil imaginar la impresión que causaron estos crímenes en el noble Salah El-Din, que, antes, había perdonado a los cristianos de Jerusalén, y socorrido a Felipe y a Ricardo Corazon de León a raíz de sus enfermedades, llevándoles remedios y provisiones. "Está bien caro que hay un abismo entre las ideas y sentimientos del hombre civilizado, y las acciones e instintos del bárbara".
Tampoco tenemos necesidad de comparar la caballerosidad de Salah El-Din, con la conducta de Napoleón, cuando este hizo prisioneros a un gran número de sirios a raíz de su ataque a San Juan de Acre: les hizo segar a todos con sus cañones, al encontrar que no tenían con que alimentarles. No hay comparación posible entre las acciones de aquel piadoso jefe musulmán, que triunfo de sus enemigos en el campo de batalla, y las acciones de ese que alguno consideran como el genio militar del último siglo, ya que la comparación necesita de elementos comunes, a fin de dar preferencia a uno u otro. Elementos que aquí no se dan, porque no puede ser comparada la luz con las tinieblas, ni el vicio con la virtud, ni el heroísmo con la cobardía, ni la humanidad con la barbarie no regida por religión o moral alguna.
La doctrina declara que, incluso si el enemigo ataca al honor, el ejercito de la virtud no debe actuar de la misma forma, ya que el ataque al honor ha sido prohibido por Dios, y no debe ser violado, y esto categóricamente, sin distinción de personas, razas o religiones.
El Islam insiste sobre lo que está prohibido hacer en los territorios enemigos; los juristas dicen que la usura, prohibida entre musulmanes también lo está con respecto a los heréticos y a los combatientes, dado que acapara injustamente las fortunas; acción ilícita tanto en tiempos de guerra como de paz.
A todo lo dicho, puede objetarse que se trata aquí de una imagen de guerra idealizada, propia de un Profeta, y no de guerra que extrae sus reglas de la naturaleza humana terrestre "los mismo jefes musulmanes se han sujetado a aquellos preceptos en todas sus guerras?".
Respondemos que, lo que aquí hemos presentado, son las leyes eternas, las reglas decisivas celestes, y el hecho de que algunos jefes musulmanes no las hayan tenido en cuenta, no disminuye en absoluto su valor. Las acciones de esos jefes no son preeminentes sobre las leyes religiosas establecidas; por el contrario, hubiera sido necesario que esas acciones se hubiesen sometido a aquellas reglas. Una ley no pierde su valor porque haya sido transgredida en poco o mucho.
En verdad numerosos generales musulmanes de épocas pasadas se han desviado de las nobles reglas de conducta y de los principios humanitarios, por razones que no guardan relación con el Islam.
1)Una primera razón es que se apartaron de las normas expuestas por la religión. Cualquiera que fuese el espíritu que regia las relaciones internacionales, u las guerras, en la Edad Media, nada excusa la desviación de los generales musulmanes de las normas religiosas; al ver la perfidia de sus enemigos y su falta de respeto con respecto a la virtud, hubieran debido seguir los preceptos del Profeta, quien viendo en sus enemigos los signos precursores de la traición, dijo: "tratadles con fidelidad y buscan la ayuda de Dios contra ellos".
2)Una segunda razón deriva del hecho de que los musulmanes han experimentado por parte de sus enemigos, una crueldad y una bestialidad tales que afrentaban de lleno su honor. Esto incitaba a los generales a infringir las reglas y preceptos del Profeta. Pero un creyente no puede excusar esta actitud y aceptar la imitación de los crímenes de otros, porque en ningún caso el camino recto debe equivaler al del error.
3)Una tercera, y última razón, es que ciertos generales musulmanes, desviados de las reglas del Islam relativas a las guerras, eran originarios de países conocidos por su rudeza. Cuando combatían a la sombra del Islam, su naturaleza triunfaba, porque no estaban verdaderamente impregnados del espíritu musulmán y no habían experimentado la influencia de su clemencia. Entre estos se cuentan algunos jefes tártaros como Tamerlan y algunos jefes turcos, cuya verdadera naturaleza prevalecía sobre los principios religiosos.
EL RESPETO A LA HUMANIDAD
"Ciertamente hemos horado a los hijos
de Ade n. Les hemos asentado sobre la tierra
firme y el mar. Les hemos dado (alimentos)
excelentes y les hemos colocado muy por
encima de aquellos que hemos creado".
Parece paradójico decir que el sentimiento de humanidad puede ser respetado en la guerra, en tanto que la efusión de sangre y la carnicería son licitas. Pero la paradoja desaparece cuando se comprueba que esta guerra era emprendida por el Profeta para solo repeler la agresión y tratar al enemigo en una base de reciprocidad, respetando siempre, de una manera absoluta, la virtud y no desviándose un ápice de su finalidad. Así mismo, el Profeta tenía gran cuidado en honrar los valores humanos. Prohibió la mutilación o desfiguración de los cadáveres de los combatientes y su decapitación para guardar las cabezas como trofeos humanos en los palacios reales, acciones todas que eran una prueba flagrante de barbarie. Y dijo a este respecto: " cuidado con recurrir a la mutilación".
LOS PRISIONEROS
"Daban el alimento – por amor al Señor –
Al pobre, al huérfano al cautivo".
Como el Islam respeta la dignidad humana durante las guerras, que no las concibe sino como medio para la agresión, invita a la compasión hacia los prisioneros. La Historia no ha conocido jamás combatientes más misericordiosos, respecto a los prisioneros, que los musulmanes de los primeros tiempos, aquellos que obedecían los preceptos de su religión. Las instrucciones convidando a la misericordia con los cautivos, son numerosas en los textos religiosos, porque en general, los prisioneros son hechos cuando el combate está en pleno auge y las llamas de la guerra llenan los corazones de los guerreros; en esos momentos, la rabia puede dominar a los combatientes e incitarles a vengarse en los que han caído entre sus manos. Por esto, el Profeta invito a la compasión y dijo: "os es recomendado tratar a vuestros prisioneros con benevolencia". Mando a sus compañeros, cuando la batalla de Badr, honrar a los prisioneros y darles prioridad en lo concerniente a los víveres; parecía que estos cautivos no habían sido combatientes, hechos prisioneros gracias al valor de los musulmanes, y reducidos apenas arrojaron las armas; tal eran la prueba de su tolerancia y respeto a la dignidad humana; no se permitía la afrenta a la dignidad y la efusión de sangre, sino para repeler la agresión.
De esta manera, los combatientes musulmanes aprendieron dos clases de Yihad (guerra santa):
1)La primera es el Yihad en el campo de batalla donde se sacrifican por la causa de Dios y la verdad pura.
2)La segunda es el Yihad del alma que reprime la cólera del hombre y le da la posibilidad de combatir a sus enemigos con clemencia, y no según las leyes de la selva. En este caso, los creyentes siguen los preceptos de Dios, practicando el perdón a la hora de la victoria: "practica e perdón. Ordena el Bien, Apártate de los Sin ley".
¿Y, cuales son las instrucciones del Islam para con los prisioneros de guerra? ¿Les devuelve su libertad? ¿Les somete a rescate? ¿Les reduce a servidumbre, de manera que pasan a ser esclavos de los musulmanes?
Para que nuestra respuesta este dentro del verdadero espíritu del Islam, debemos referirnos a los textos religiosos y a los ejemplos dados a nosotros por el Profeta.
De los textos religiosos, el más claro es el versículo siguiente: "machacadles hasta que les obliguéis a pedir merced. (Entonces) apretad los lazos. Después, o bien la liberación, o bien el rescate, luego que la guerra haya descansado su carga". El versículo del Corán da a elegir entre dos alternativas: el general o el gobernador musulmán pueden dar la libertad a los prisioneros que no pueden ofrecer un rescate en dinero, o en un número equivalente de prisioneros musulmanes, o bien someter rescate a cambio de dinero o del número equivalente de cautivos musulmanes. Es lo que, hoy en día, se llama intercambio de prisioneros. Esta ultimo manera de rescatar es la que debía ser practicada, porque ofrecía la posibilidad de devolver su libertad a un gran número de hombres musulmanes y no musulmanes, y el Islam, religión de libertad, respeta tanto la de sus no-adeptados como la de sus adeptados; ya que si aquel que predica la libertad es en sí mismo libre, no hará ninguna discriminación de región, raza o religión, porque la libertad es un derecho natural propio de cada ser humano.
El versículo del Corán no menciona una tercera alternativa, la esclavitud de los prisioneros; pero si no encontramos texto que la prohíban explícitamente, por lo menos, este texto que hemos visto, la prohíbe implícitamente, al limitar la elección a solo dos alternativas: "o bien la liberación, o bien el rescate"; "no dice o bien esclavitud", y por ello la esclavitud se encuentra, de hecho, barrida de la elección.
Al examinar la Tradición del Profeta, no encontramos una prohibición bien definida de la esclavitud. Pero el Profeta jamás impuso servidumbre a un hombre libre. Cuando los Compañeros, a raíz de la campaña de Bani Al-Mustalaq, hicieron muchos prisioneros y les redujeron a la esclavitud, Muhamad no se lo prohibió explícitamente, pero con su conducta, les forzó a liberales.
Las tradiciones nos narran después de la batalla de Bani Al-Mustalaq, el Profeta llevo consigo a una mujer llamada Juwayriya Bent Al-Hariz Ibn Abu Dirar, que estaba entre los prisioneros. La confió a uno de los Ansar (partidarios) para que fuese su huésped, pidiéndole que la tratara con benevolencia. A la vuelta del Profeta, el padre, llamado Al-Hariz Ibn Abu Dirar, vino a pagar el rescate, y cuando lo hubo pagado, se convirtió al Islam. El Profeta entonces, le pidió la mano de la muchacha y la petición fue aceptada. La madre de los creyentes, Aicha, cuenta el incidente de la siguiente manera: Se extendió la noticia, entre las gentes, de que el Profeta había desposado a Juwayriya Bent Al-Hariz Ibn Abu Dirar, y dijeron: "esta cautivos son los yernos del Profeta". Y libertaron a los prisioneros que habían reducido a esclavitud. De esta manera, casándose con Juwayriya, el Profeta libero a cien familias de Bani Al-Mustalaq. "No conozco a ninguna mujer que haya hecho más bien a su pueblo que esta".
Este acto del Profeta indica que la esclavitud no está permitida, aunque la prohibición no la exprese de un modo explicito. El evitaba reducir a los hombres libres a la servidumbre; aun mas, todas sus acciones tendían a desaprobarla, insistiendo en que fueran libertados todos los combatientes que habían sido esclavizados. Y lo mismo ocurre en el Corán: no menciona la esclavitud sino para preconizar la manumisión.
Luego, vino el periodo de los, Compañeros del Profeta, durante el cual tuvieron lugar violentes encuentros en el Oeste, contra los bizantinos, y en el Este contra los persas; pueblos, ambos, que practicaban la esclavitud durante la guerra: y, en efecto, hicieron prisioneros entre los musulmanes; estos, entonces, les devolvieron golpe por golpe y respondieron reduciendo a los prisioneros enemigos a la esclavitud, dado que no era justo que los musulmanes fueran esclavos, en tanto que los prisioneros enemigos gozaban de libertad: eso hubiera animado al enemigo a exagerar en aquel sentido y a persistir en su actitud, exagerándola, como decimos. Los generales musulmanes no encontraron, en las tradiciones del Profeta ni en el Corán, textos prohibiendo la esclavitud, pero por el contrario, encontraron la ley del talión que incitaba a devolver agresión por agresión; pensaron entonces, que si el enemigo reducía a los musulmanes a esclavitud, ellos debían hacer lo mismo, basados en las palabras del Altísimo: "cualquiera que haya denotado hostilidad contra vosotros, denotad contra el hostilidad, de la mismo manera que él ha señalado hostilidad contra vosotros", y también: "Las cosas sagradas caen bajo (el) talión". Aplicando este versículo, los combatientes musulmanes debían someter a servidumbre a sus enemigos, como estos lo hacían. Y en ambos casos, el pecado caía sobre aquel que había tomado la iniciativa en el combate: el que se defiende no tiene la misma responsabilidad que el que ataca.
Los musulmanes siguiendo su religión, actuaban equitativamente respecto a sus enemigos. Aunque se habían visto obligados a practicar la esclavitud, reconocieron a sus enemigos el derecho a hacer lo mismo, respecto a musulmanes. Consideraban que la conducta de sus enemigos, juzgados como agresores, privaba de la libertad a aquellos que de entre ellos habían sido reducidos a servidumbre entre guerreros musulmanes. Como eran los enemigos quienes habían tomado la iniciativa de recurrir a la esclavitud, bajando al ser humano a la categoría de objeto propio para un comercio vergonzoso, los musulmanes actuaron sobre base de reciprocidad y consideraron a los enemigos reducidos a servidumbre como esclavos para vender y comprar. Aun mas, admitieron que podían ser ofrecidos en el mercado de los países islámicos, y si llegaba a ocurrir que les ofrecieran prisioneros musulmanes caídos en esclavitud, les compraban, incluso si esto ocurría tras de la victoria del Islam y los musulmanes tenían la última palabra.
En verdad, todo esto se opone a las leyes de los políticos occidentales de hoy en día, y de sus generales, cuya divisa es; ay, de los vencidos. El Islam no proclama que la suerte reservada a los vencidos sea, inevitablemente, la ruina sino muy al contrario, preconiza el principio de igualdad, incluso después de la victoria. Los musulmanes no admiten la servidumbre de prisioneros cogidos por sus enemigos, tal como se ve en nuestros días, en los que los vencedores retienen a los prisioneros del vencido, obligándoles a reconstruir los dalos causados por la guerra en los territorios de vencedor; y todo, mientras que los prisioneros de este ultimo son eximidos de la tarea y deben ser liberados inmediatamente después del cese el fuego; con arreglo, claro, a la ley del vencedor. Hasta hoy mismo pueden verse prisioneros de la guerra pasada que permanecen, aun, en poder de los vencedores y son sometidos a un trato que sobrepasa el rigor de la época de la Yahiliyya (periodo pre-islámico). Aquellos que pretenden ser los depositarios de la civilización moderna, y pretenden luchar contra la esclavitud, que miren el trato vergonzoso que dan a sus prisioneros, y que responde perfectamente al nombre de esclavitud; aunque no sea llamada por este nombre, y, aunque no se autorice la venta y compra de seres humanos.
LOS SUBTIDOS Y LOS BIENES DE LOS ENEMIGOS
"Si, entre los Asociadores, algunos pide protección como
Cliente dásela hasta que oiga la palabra de Dios.
Después, hazle llegar al lugar de la tranquilidad, que es el suyo"
Dijimos antes que el único motivo de la guerra era la acción necesaria para rechazar la agresión, y que la guerra se limitaba al campo de batalla. Las guerras islámicas jamás fueron emprendidas contra el pueblo, sino contra aquellos que le oprimían y utilizaban la fuerza para violar el derecho y estrujar a sus vasallos.
En consecuencia, las relaciones establecidas entre los musulmanes y los súbditos de esos gobernantes, no eran rotas, en tanto fuera posible mantener contacto con ellos. La conducta de los musulmanes era distinta a la que se da actualmente en las guerras. Hoy, desde el momento en que el conflicto estalla entre dos países, el agresor comienza por internar a los súbditos del país adversario, incluso si se trata de comerciante que han recibido su derecho de residencia por un periodo indeterminado. Las leyes de nuestros tiempos reconocen esta acción, lo mismo que justifican la confiscación y el secuestra de sus bienes.
El Islam ni lo admite ni lo estipula; al contrario considera que las verdaderas relaciones comerciales entre países no deben ser interrumpidas por la guerra. Afirma la seguridad de los comerciantes que entran en las naciones islámicas, incluso si son súbditos de un país adversario o en guerra con los musulmanes; de todas las maneras, poseen un pacto de seguridad. Sus bienes están asegurados, inviolables en tanto que gocen de ese pacto que les ha sido concedido y en tanto cumplan con el juramento por el cual se han comprometido; no están obligados sino por las condiciones que ellos mismos se han prescrito. Al-Sarjasy dice en Al-Mabsut, explicando el estatuto de sus bienes tras la declaración de guerra: "sus propiedades están bajo la protección de los musulmanes en virtud del pacto de seguridad, y, no pueden ser cogidas en virtud de la proscripción. El Islam, al proteger los bienes de los comerciantes con los que ha firmado un pacto de seguridad, estipula que esos comerciantes pueden conservar sus propiedades incluso si manejan las armas en contra de los musulmanes al volver a sus países hostiles al Islam".
Ibn Qudama dice en Al-Mughni:
Si un soldado enemigo entra en un país islámico en virtud de un pacto de seguridad y confía sus bienes a un musulmán, o a uno que goza de la protección de los musulmanes, o bien presta dinero a uno de los dos, y (luego) vuelve a su país, debemos tener en consideración si vuelve como mercader, mensajero, turista o a llevar a cabo un asunto privado tras del cual volverá al país islámico; si es este el caso, debe continuar gozando de los derecho de seguridad que le han sido concedidos para su persona y bienes, y esto porque el soldado no se ha desviado de su intención de permanecer en el país musulmán. Está en el mismo caso que los que permanecen bajo la protección del Islam, a condición siempre de que su visita tenga por finalidad una de las razones antes dichas. Pero si vuelve a su país con intención de residir en el, "el acuerdo de seguridad queda derogado con respecto a su persona y sigue valido respecto a sus bienes. Porque, habiendo entrado en un país musulmán en virtud de un pacto de seguridad, sus bienes son automáticamente asegurados, y, así, si el pacto de seguridad concerniente a su persona es anulado, el que concierne a sus bienes permanece valido; que es su sola persona la causa de la anulación y no sus bienes".
La propiedad, los bienes, son respetados incluso si el propietario toma parte en el combate. Pero en este momento, se hace lícito matarle.
Aun mas, si el comerciante, con el que los musulmanes habían acordado un pacto de seguridad, muere en un país hostil o es muerto en combate contra los musulmanes en el campo de batalla, no se pierden sus bienes, sino que pasen a poder de sus herederos legales, según los preceptos de la mayoría de los alfaquíes. Solamente Al-Shafei hace una excepción, diciendo: "el argumento es el siguiente: la seguridad es un derecho necesario relativo a la fortuna; si la fortuna del combatiente es transmitida a sus herederos, este derecho , lo mismo que todos los derechos (hipoteca y otros), permanece unido a la fortuna y pasa a los herederos legales con la fortuna. Pero si los herederos del combatiente están en territorio enemigo, o si el combatiente no tiene herederos, la fortuna, entonces, pasa, de derecho a los musulmanes".
Los juristas islámicos no aprueban la confiscación de los bienes pertenecientes a un combatiente enemigo, más que en el caso en que haya sido hecho prisionero y reducido a la esclavitud después de un combate contra los musulmanes. Su derecho de propiedad queda anulado y sus herederos no pueden beneficiarse de él, porque tal derecho no tiene valor sino a través de la sucesión, cosa que no puede tener lugar más que después de la muerte de ese combatiente. Los juristas dicen que, en este caso, los bienes del combatiente en cuestión irían a parar al tesoro público de los musulmanes, sus esclavos, serian libertados y, si un musulmán o uno de los que gozan de la protección de los musulmanes, es su deudor, la deuda quedaría anulada.
Hemos dicho ya que el estado de guerra no impedía el comercio entre los musulmanes y los países enemigos. Por tanto era permitido a los comerciantes penetrar en las naciones hostiles transportando mercancías procedentes de países islámicos; pero no debían exportar mercancías que pudieran fortificar al enemigo en detrimento de los musulmanes. Los juristas de la escuela Hanafi han declarado que todo podía ser trasladado comercialmente a territorio enemigo a excepción de equipo militar, tal como espadas, flechas, esclavos, animales utilizados en la guerra y hierro con el que se fabrican las armas y que es el origen de todo armamento. El Altísimo dice a propósito del hierro: "hemos hecho descender el hierro que lleva (en si) un peligro terrible y una utilidad para los hombres". La mayoría de los juristas permite la exportación de alimentos y diversas clases de vestimenta para los países hostiles. Al-Shafei se opone a esta opinión diciendo que el alimento y los vestidos fortifican al enemigo tanto como las armas.
Los juristas que autorizan la exportación de toda clase de mercancías, a excepción del hierro, las armas y los esclavos, se basan en el hecho de que el Profeta mismo envió una cierta cantidad de dátiles comprimidos a Abu Sufiyan, al que combatía en la Meca, a cambio de una pieza de cuero. Le envió también quinientos dinares, a fin de distribuirlos a los indigentes, cuando el pueblo de Abu Sufiyan tenía hambre.
Refiriéndose al respeto que los musulmanes guardan respecto a la propiedad de los combatientes, dice Al-Sharkasy:
"Si un combatiente enemigo que disfruta de un pacto de seguridad, envía a uno de sus esclavos a un país islámico para concluir un negocio en su nombre, y el esclavo abraza el Islam, este debe ser vendido y el importe de su precio enviado al combatiente. Ellos porque el pacto de seguridad acordado al combatiente se aplica a sus bienes, los cuales comprenden al esclavo. Si el esclavo se convirtiese al Islam en presencia de su dueño, está obligado a venderle y a cobrar su precio lo mismo ocurrirá si el esclavo no está acompañado por su dueño. Aquel es vendido a fin de que sea librado de la vergüenza de la incredulidad y su importe es enviado al propietario conforme al pacto de seguridad".
El texto aclara la tolerancia del Islam con este doble punto de vista:
1)La seguridad debe ser dada al esclavo cuando no está acompañado de su amo, e, incluso, si este combate en el campo de batalla; esto, porque el esclavo es un ser humano que goza de todos los derechos del hombre. Si es no-musulmán y combatiente, sigue teniendo, como es natural valor humano, y nada impide que tenga derecho a la seguridad tanto como un hombre libre. Lo que da luz sobre el espíritu de tolerancia del Islam respecto a los esclavos.
2)Si el esclavo abraza el Islam, su conversión suma fuerza a los musulmanes, pero con todo, en el hecho de alinearse en el lado musulmán y de formar parte de su fuerza, la equidad islámica tiene ocasión de manifestarse en toda su perfección. El Islam reconocía al enemigo, incluso combatiente, sus plenos derechos. Los musulmanes debían conservar el importe del esclavo, para dárselo al propietario o a sus herederos.
Estas leyes y aquellas que les son similares certifican que el Islam no permite verter la sangre de los combatientes, ni apropiarse de sus bienes, nada más que en el campo de batalla, ya que la guerra no debe, en ningún caso ir mas allá de los límites del lugar en que ha sido llevada a cabo la agresión. Fuera del campo de batalla, las leyes son respetadas, el derecho no es hollado y los bienes no son expoliados, dado que no han sido cogidos en el terreno del combate.
La seguridad está garantizada a los combatientes; no son inquietados ni en sus personas, ni en sus bienes, y los comerciantes pueden seguir en paz sus caminos. Los pueblos no son amenazados con el hambre, ni privados de sus medios de subsistencia, si no toman parte en el combate. Esta es la opinión de la mayoría de los juristas, a excepción hecha de Al-Shafei.
El Islam jamás ataca a los súbditos; lucha solo contra las reyes que oprimen a los pueblos, e imponen sus voluntados despóticas con la ayuda de fuerza armadas hostiles a esos mismos pueblos.
LA CONCLUSION DE LA GUERRA
"Si (por el contrario) se inclinan hacia
la paz, inclínate hacia esta (oh, Profeta).
Apóyate en Dios. El es el Oyente, el Omnisciente"
La guerra termina con el país adversario, totalmente, mediante la firma de un tratado, por el cual, los dos bandos oponentes, se comprometen a cesar el fuego, en vista de que la guerra ha cumplido su cometido: rechazar la agresión. Con el pacto de seguridad, se detiene el combate, ya que nosotros hemos sido requeridos para ser fieles a nuestras promesas; el Altísimo dice, respecto a esto: "mantened vuestros compromisos, porque del compromiso se pide cuentas,". Y: "mantened fielmente el pacto de Dios cuando lo hayáis acordado. No olvidéis los juramentos, después de haberlos apoyado solemnemente y de haber tomado a Dios como testigo contra vosotros".
La justicia debe ser respetada al acordar un tratado, ya que el Islam pretende una doble finalidad con este hecho:
1)Poner fin al derramamiento de sangre, a la carnicera humana. Fin primordial del Islam.
2)Frenar a las fuerzas del mal y de la corrupción. Dado que el combate obedece solamente a esta necesidad su desaparición resta toda razón de ser a la guerra.
Solamente subsiste el trato equitativo. El Islam nos prescribe el ser justos con nuestros aliados. Dios dijo: ¡que el odio hacia un pueblo (impío), no os lleve a no ser justos! ¡Sed justos, es lo más próximo a la verdad!
Puede constatarse, en la firma de tratados entre vencederos y vencidos, que se exigen pesadas indemnizaciones militares con el fin de agotar a los pueblos, restringir sus medios de subsistencia e imponerles condiciones humillantes; el espíritu de equidad debe regir estos tratados, porque la humillación es una de las formas de la agresión y está prohibida por el Islam. Dios ha dicho: "no seáis transgresores, Dios no ama a los transgresores". El tratado es un tipo de contrato, y todo contrato, en el Islam, debe estar basado en una equidad de derechos y deberes; todo derecho estipulado por su contrato comporta una obligación que ha de ser llevada a cabo por la persona que goce de dicho derecho. Y esto entra en vigor, tanto en los tratados, como en las demás especies de contrato.
Se cuenta que el Profeta poderoso y vencedor en la batalla de Al-Hudibiya, acepto en el tratado condiciones que no obligaban a los politeístas, y esto en un momento en que, la posesión de tropas y material de guerra, le permitían imponer clausulas imperativas a favor de los musulmanes. Pero Muhamad acepto el tratado con esas condiciones desfavorables para su partido, a fin de hacer cesar el derramamiento de sangre y poner término al combate. Los politeístas estimaban que todo musulmán que marchara de la Meca, les sería devuelto, y que todo politeísta tendría el derecho de abandonar libremente Medina. Y el Profeta acepto la condición, aunque a los musulmanes les fuera muy difícil plegarse a ella. Omar Ibn Al-Jattab se sorprendió y pregunto cómo podían aceptar una humillación tal los musulmanes. Por otra parte los politeístas exigieron que Muhamad volviese a Medina, junto con su ejército, sin entrar en la Meca para hacer la Peregrinación a la Umra (Peregrinacion restringida). Todos llevaban puestas las ropas del Islam, pero el Profeta acepto las condiciones, y aunque fuese muy penoso para los musulmanes, les invito a despojarse de ellas y a degollar el ganado que habían traído para el sacrificio. Los creyentes rehusaron y el Profeta se encolerizo; entonces, su esposa Um Salama, le aconsejo degollar él, el primero, su ofrenda, esperando que de este modo, el ejército le siguiera. Así lo hizo, y, entonces, el ejército le imito.
Cuando más tarde, Muhamad fue a la Meca, luego de haber sometido a la mayoría de los pueblos árabes, uno de sus generales grito: "hoy es el día de las batallas". Y el Profeta respondió: "hoy es el día de la misericordia". Y destituyo al general. También, cuando rodeo la Meca y sus habitantes se vieron cercados por un número incalculable de soldados, siendo el Profeta el dueño de la situación, los jefes politeístas se presentaron a él y el les dijo – a aquellos mismos que le habían hecho tanto daño, que habían matado a sus Compañeros, que habían desviado de su fe a los creyentes - ¿Qué pensáis que voy a hacer con vosotros?. Respondieron con humildad de vencidos: "noble hermano, hijo de un noble hermano".. y Muhamad excalmo: "os diré lo que mi hermano José dijo: "no haya reproche en este día: que Dios os perdone; sois libres".
LA SEGURIDAD
Así son las guerras del Profeta y sus tratados. Volveremos a hablar de ello, cuando abordemos los tratados y las promesas, si las circunstancias nos lo permiten. Pero debemos hacer mención, aquí, de una acción que tenía lugar en la época de las guerras islámicas y que el Islam ha practicado siempre: la seguridad concedida a no importa que combatiente, en el campo de batalla. Si un soldado enemigo pide seguridad a un musulmán, esta debe concederla, y, entonces, ningún otro musulmán tiene derecho a atacarle. Todo ello según el precepto del Profeta que dice: "los musulmanes son todos de la misma sangre, y el más pequeño de entre ellos, tiene derecho a conceder un pacto de seguridad".
Es lícito otorgar un pacto en el mismo campo de batalla, con fin de impedir que la guerra continúe parcialmente, por la misma razón que el Islam tiende a evitarla radicalmente. Un pacto así puede ser otorgado a un solo soldado, o a un gran número de combatientes, aunque estén refugiados en una fortaleza. Gozaron de esta seguridad en tanto que no ataquen a los musulmanes; pero si rompen el pacto, perderán la garantía que les había sido otorgada.
Todo esto subraya, de modo categórico, el sincero deseo del Islam de impedir la guerra tanto como sea posible. No ataca más que aquellos que levantan las armas contra él con fines agresivos, y, solo, cuando el combate se hace inevitable. No obstante, si el guerrero enemigo arroja su espada y pide un pacto de seguridad, su petición ha de ser aceptada, el pacto se convierte en un tratado para él, y no es considerado como prisionero de guerra. Si permanece en territorio islámico, queda incluido en la categoría de los que disfrutan de la protección de los musulmanes, tiene los mismos deberes que estos musulmanes y goza de todas sus prerrogativas.
El pacto de seguridad podía ser otorgado con un simple gesto. La expresión, "no temas nada," era considerada equivalente al pacto.
Omar Ibn Al-Jattab supo que ciertos guerreros musulmanes habían matado a unos enemigos, después de decirles: "no temáis nada". Envió un mensaje al jefe del ejercito, diciendo: "ha sabido que tus guerreros persiguieron al enemigo, y cuando llego a la montaña y se fortifico en ella, uno les dijo" no temáis nada, "y al entregarse les mato. Yo juro por Aquel que tiene un alma entre sus manos, que si averiguo que alguno actúa de la misma, forma, lo decapitare".
No existe contradicción entre estas palabras de Omar y las del Profeta, cuando dijo:
"la guerra es astucia":
Es cierto que los jefes tratan de desconcertar a sus adversarios mediante la táctica. Simulan que van a atacar por un lado, cuando en realidad, piensan hacerlo por otro. Pero estos raides son ya legítimos por convención; y a lo que nosotros queremos aludir aquí es al deseo de matar a los fugitivos mediante engaño, o inducirles a error para después asesinarles. Cuando el musulmán dice: "no temáis nada," hace una promesa que no debe violar. Incluso, se considera como pacto de seguridad el simple hecho de levantar la cara hacia el cielo, símbolo de paz. A propósito de esto, dijo Ibn Al-Jattab: "si uno de vosotros señala al cielo con su dedo índice ante un politeísta y este cesa de combatir, y, luego, ese de entre vosotros le mata, yo mismo matare al autor de ese crimen".
La extensión del círculo de seguridad indica el deseo del Islam de reducir al mínimo el círculo de la guerra. Los musulmanes han ampliado el ámbito de la seguridad de varias maneras:
1)No limitando el derecho a conceder esa seguridad al jefe del ejercito, o al comandante de un regimiento o destacamento, sino ampliándolo a todos y cada uno de los musulmanes, por lo cual todos y cada uno de los musulmanes asumían la responsabilidad del pacto; nadie tenía el derecho de violarlo, a menos que la persona a quien le había sido otorgado lo violase por sí misma. Ya hemos mencionado antes las palabras del Profeta: "los musulmanes son todos de la misma sangre, y el más pequeño de entre ellos tiene derecho a conceder un pacto de seguridad". Esto quiere decir que, puesto que todos los musulmanes son iguales, cualquiera de entre ellos, aun el menos importante, tiene pleno derecho a otorgar un pacto de seguridad.
2)En el afán de extender este derecho, se reconoció que el esclavo musulmán podía dar uno de dichos pactos a todo un ejército, con el cual el ejercito en cuestión no podía ser hecho prisionero. Ocurrió que un esclavo musulmán dio seguridad a un grupo de combatientes refugiados en una fortaleza. El jefe del ejercito envió un mensaje a Omar, pidiéndole consejo. Omar respondió: "un esclavo musulmán forma parte de los musulmanes y su protección es igual a la de estos". De esta manera, Omar, que era justo y misericordioso, reconoció como valido el pacto de un esclavo.
Abu Hanifa rehusa reconocer la validez del pacto concluido por un esclavo, porque supone que un combatiente hecho prisionero, sometido a esclavitud, y luego convertido al Islam, podía utilizar este derecho para dar la seguridad al ejercito en cuyas filas había combatido, lo cual no podía ocurrir sino en menoscabo de los musulmanes. Pero cuando supo la decisión de Omar, repaso la cuestión y publico una fatwa en la que decía: "el pacto de seguridad de un esclavo musulmán, que era musulmán antes de la declaración de guerra y que participa en el combate junto a su dueño, es válido como el de un musulmán libre". De este modo, Abu Hanifa, siguió los preceptos de Omar, salvaguardando, al mismo tiempo, los intereses de los musulmanes.
3)Los musulmanes utilizan diferentes expresiones y signos para indicar una promesa, de tal forma que apuntar al cielo con el dedo era considerado como promesa hecha al que tenía miedo, Omar dijo: "cualquiera de entre vosotros que haya invitado a un politeísta, y haya señalado al cielo, de hecho ha concedido un pacto de seguridad, y ese politeísta debe quedar bajo la protección divina y bajo su promesa".
Esta amplitud en el pacto de seguridad tiende a reducir extensión de la guerra. El pacto de seguridad no significa que, aquel a quien ha sido concedido, se convierta en prisionero de guerra, sino que es perdonado y librado de la servidumbre, por cuyo hecho pasa del rango de los combatientes al rango de los pacíficos, que comparten, con los musulmanes, en su patria, derechos y deberes.
Todo lo cual sin duda alguna, aclara el hecho de que el Islam no recurre a la guerra sino cuando se hace necesario rechazar la agresión. A veces es imprescindible matar, pero esto debe ser reducido al mínimo. El Islam ofrece la protección más amplia posible a las vidas humanas. Porque Dios es el protector de aquellos que son pacientes.